Desde muy pequeña me enseñaron a hacer bien la cama, no a “estirarla” no, me refiero a hacerla muy bien. En casa de mis padres las camas siempre estaban perfectas, las sábanas siempre se planchaban con esmero antes de ponerlas en la cama y nunca se salía de casa dejando la cama sin hacer.
En los años veinte, mi tío abuelo se instaló en la calle 14 y, como muchos otros gallegos, trabajaba muy duro atendiendo a los marineros y trabajadores del puerto en su Bar Coruña que era también hostal. Un día conoció a una portorriqueña tan fuerte como alegre que trabajaba muy duro también, algunas calles más arriba y el gallego y la portorriqueña se casaron.
Mi tía abuela era una de las muchas mujeres que desde los pequeños apartamentos en los tenements de madera del downtown subía a los grandes edificios de piedra del midtown cada día a trabajar. Una portorriqueña que vino con un hijo a Nueva York a ganarse la vida y que hacía las camas en uno de los hoteles más grandes y lujosos de la ciudad: el Waldorf Astoria de Park Avenue.
Cuando llegaban gallegos a buscarse la vida a Nueva York, mi tío abuelo echaba una mano a encontrar trabajo a los hombres en la construcción y mi tía la portorriqueña se llevaba a las mujeres a trabajar con ella sirviendo en el uptown. Allí, en el Waldorf Astoria, esas mujeres preparaban la habitación de Frank Sinatra o limpiaban el salón Art Decó en el que el principe Rainiero y Grace Kelly celebraron su compromiso en 1957.
Algunos de aquellos gallegos regresaron muchos años después, ya jubilados, a Galicia y esas mujeres enseñaron a hacer la cama a mi madre y a otras chicas de la familia. A hacer la cama como se hacía en el Waldorf Astoria.
Hace algo más de diez años en un viaje de cuatro días a Nueva York para asistir a una conferencia que se celebraba en el Waldorf Astoria decidí tirar la casa por la ventana y reservar una habitación. Solo podía permitirme la habitación más barata, pero quería hospedarme en ese hotel. La razón no era porque hubiese celebrado allí John F. Kennedy su famoso 45 cumpleaños, ni porque se hubiese hospedado Marilyn Monroe durante el rodaje de “La tentación vive arriba” sino porque era el hotel del que tanto había oído hablar en casa de mi abuela.
Al realizar el check-in, la empleada, que estaba en prácticas, tardó algo más de lo habitual en encontrar nuestra reserva en el sistema. Sin que nosotros le dijéramos nada, nos pidió disculpas por la demora y llamó al encargado. Cuando este llegó, nos dijo que para compensar nuestra espera nos habían puesto en una habitación superior y nos regalaban el desayuno en un pequeño salón privado de la zona ejecutiva.
Siempre he pensado que ese día, mi tía abuela la portorriqueña andaba por allí y había hecho su magia para que pudiésemos disfrutar de una maravillosa estancia en el Waldorf Astoria.
NOTA: cuando el Waldorf Astoria vuelva a abrir sus puertas a finales de 2023, después de cuatro años y una reforma que ha costado 1000 millones de dólares, su interior será muy diferente a lo que era cuando mi tía abuela trabajaba allí. Dicen que el nuevo edificio tendrá 375 habitaciones de hotel, en lugar de las 1.400 que tenía en los años cincuenta, el gran salon de baile se ha convertido en una piscina y se han construido 375 nuevos apartamentos privados que están actualmente a la venta.
Hola Juana, me gusta mucho cómo relatas y también admiro tu trayectoria profesional. Crees que influyó en ti la experiencia de tu familia en EEUU para elegir tu profesión y para querer llegar tan lejos?
Me encanta como has descrito la grandeza de esta gran ciudad y de tu familia! Creo en la magia y ese día tú tía abuela facilito que disfrutaras de una experiencia top! Sigue escribiendo y deleitándonos con tus historias!